Hace un tiempo escribí una crítica a mi tierra: Chimbote. He vivido allí por más de 24 años y he visto cómo foráneos y oriundos han saqueado las riquezas de un lugar abundante por donde la mires. Nacido como un puerto pesquero, Chimbote, es más que eso; también es un lugar con una tierra rica para la agricultura y la industria. En los años 90 cuando nuestra sociedad ya entraba en declive, vi nacer y luchar por vivir a personas que, hoy, son promotores y pilares de arte, jóvenes que desde la ubicación en la que se encuentran son piezas claves para un Chimbote que quiere renacer. Una tierra donde muchas personas mayores tuvieron su oportunidad y no supieron llevar las riendas de una tierra con promesa y, es por ello que hoy por hoy, Chimbote es una ciudad contaminada desde la tierra al cielo, una ciudad con muchos malos funcionarios y empresarios que corrompen y se dejan corromper; es un ciudad desordenada, sin una cultura fuerte. Lloro por mi tierra, porque mi tierra pudo ser mejor, pero entre mis lágrimas sonrío porque mi tierra no ha muerto y puede ser grande, se puede recuperar, será grande.
La grandeza de Chimbote empezó hace ya casi 117 años y aún da pasos de juventud, es por ello que esa misma juventud está ansiosa de una oportunidad para presentar sus ideas. Jóvenes con un talento excepcional: poetas, escritores, músicos, pintores, dibujantes, dramaturgos, actores, oradores, cantantes, entre otros que solo merecen una oportunidad. Chimbote exporta talento, y de eso no hay duda, pero podría exportar magia si así lo quisiera. Y cómo no recordar a grandes exponentes de la literatura y música chimbotana de reconocimiento internacional, tenemos un sello indiscutible, y es que llevamos el arte por las venas. Y es por ello que tienen… ¡no!, ¡tenemos un deber que cumplir!, y es difundir, dar oportunidades, invertir en el talento, invertir en ideas que promuevan el cambio, que los más jóvenes vean que leer o escribir no son cosas aburridas o solo del colegio, que la literatura es un puente cultural que les ofrece infinitas posibilidades para trascender, para dejar huella en nuestra sociedad; que los jóvenes vean que la música no solo es diversión, sino que es la forma universal con la que podemos extender mensajes de paz, de tocar el corazón de los que tienen un velo; que los jóvenes se enteren que el teatro o una obra de arte también pueden ser una forma de vida, que son armas revolucionarias para mover masas. Necesitamos ser agentes culturales de cambio, abiertos ante un mundo voluble, para rescatar una sociedad que muere culturalmente sin haber terminado de crecer.
Querido lector, siente orgullo por tu tierra, por su hermoso himno, por sus tantos logros de su gente hermosa. Yo siento orgullo porque Dios y mis padres decidieron que naciera aquí, por decisión o accidente. Siento orgullo porque soy pata salada.
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